La mente en España y un pie en Venezuela


"Todo es por mi bien", rezaba aquella frase en la armoniosa voz de Andrea, una argentina detrás del canal de YouTube Escuela de amor y superación. Todo es por mi bien, escuchaba yo repetidamente. Seguidamente vino a mi mente aquel refrán "no hay mal que por bien no venga". Muy dentro de mí, un conflicto malcriado entre el debo, el quiero y el por qué a mi. Por fuera, una vida normal, una sonrisa al saludar y un caminar de pasarela.

Hace dos años de haber llegado a España y recordaba la primera noche en este nuevo hogar, una noche en la que iba a dormir sintiendo seguridad y tranquilidad, como quien ha soltado un gran peso que traía en la espalda, y no por aquel bolso tan grande y horrendo en el que metí cosas innecesarias, sino por todo lo que implicaba a nivel emocional el vivir en Venezuela.

Dos años después parece que mi estadía llega a su fin, con las ganas de quedarme un tiempo más, pero sin los recursos para hacerlo, y adentro transcurre una pelea callejera entre lo bonito de volver a ver a mi familia, abrazar el clima caluroso, la ingenua ilusión de que me vaya mejor que antes, y el recelo de que me vuelvan a robar en la calle o en la casa, o el tener que esperar que llegue el agua para lavar mi ropa, o la culpa ambiental de echar toda la basura en una misma bolsa porque, si apenas pasaba el camión del aseo una vez por semana, desear un sistema de reciclaje ya sería mucho pedir.

El inminente regreso a mi país me ha servido en bandeja de plata un cóctel de emociones y todas quieren habitar a la vez. Es como estar casada con Venezuela y haber andado de aventuras con España, cada una tiene lo suyo y cómo no quererlas a las dos... me recuerda al matrimonio: acuerdos, contratos, compromisos y obligaciones, en las buenas y en las malas... Y me recuerda a las aventuras: adrenalina, sonrisas, disfrute, novedad, salir de la rutina...

Qué bendita rebeldía al no querer renunciar a las "patatas" fritas; a reciclar la basura; a caminar por las calles a las once de la noche sin miedo alguno; a saber que el autobús estará puntual en la parada; a usar cualquier cajero automático con la certeza de que funciona; a los colegios que están dictando clases diariamente con "normalidad". Qué rebeldía la mía.

¡Despierta Patán, no sigas soñando!, diría mamá imitando la voz de Pierre Nodoyuna, tan seguidora de aquella comiquita que le dejó esta frase para bajarnos de las nubes a carcajadas.

Suspiro, sonrío y vuelvo con las meditaciones de Andrea, para aprender a fluir, sin aferrarme, tomándolo como una experiencia más, agradeciendo a quienes me ayudaron a estar aquí, y a esta tierra y su gente, recordando que eso fue lo que desee alguna vez, vivir dos años aquí, tres años allá, dos años por allá, y así hasta que recorriera muchos países. Cuidado con lo que pides, porque se te puede cumplir.

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