Al Otro Lado Del Río: Más Allá De La Realidad
"Caminábamos por la orilla de una quebrada, mi amiga y yo. No era un río ancho ni bravo, sino un hilo de agua clara que serpenteaba entre piedras lisas y árboles altos, en un rincón sereno del campo. El sol caía suave y el ambiente se sentía suspendido en una calma paradisíaca.
Yo me sentía joven, de unos veintitantos o quizás treinta años, y sabía que me veía bien. Ella también: una muchacha de piel clara, cabello claro, recogido en una cebolla de donde se escapaban mechones que le caían a los lados del rostro. Aunque no recordaba su nombre, yo sabía que era mi amiga...
Íbamos riendo, hablando de nada, caminando descalzas por la ribera.
En un momento, ella se metió al agua. Se adentró sin miedo, y desde el centro de la quebrada me llamaba con la mano:
—Ven, métete —decía con una sonrisa luminosa.
—No... me voy a ahogar —le respondí desde la orilla.
—No te vas a ahogar, yo te voy a acompañar... —me aseguraba, con un tono que me trasmitió seguridad y confianza.
Y así, sin pensarlo más, entré. De repente ya estábamos ahí, flotando en el agua cristalina. Repentinamente, ella se hundió, como jugando, y yo la seguí. Todo era increíblemente hermoso, como un mundo nuevo y místico que se escondía bajo el agua, decorado con piedras grandes y pequeñitas, de muchos colores, peces nadando despreocupados y rayos de sol iluminando la profundidad. Incluso el tiempo allí dentro era mágico, pues sentía que estuve un rato explorando debajo pero, en realidad, fue muy rápido que nos sumergimos y salimos de nuevo a la superficie.
Apenas salimos del fondo, ella se quedó quieta, mirando sonreída hacia la orilla que habíamos dejado atrás. Yo volteé y entonces los vi.
Dos hombres a caballo, jóvenes y muy atractivos, observaban desde lejos. Llevaban ropas de época, como salidos de otro tiempo: camisas de lino, botas altas, chaquetas gruesas. Se notaba que eran hombres de dinero, de esos que en otro siglo habrían sido dueños de tierras, y hasta dueños de personas...
Uno de ellos me miraba fijamente. Había algo en su rostro... no solo belleza, sino algo antiguo, magnético. Era como si ya lo conociera de antes, como si me hubiera estado esperando y por fin me encontró. No se qué pasó con mi amiga, ni con el otro jinete. Momentáneamente, yo ya estaba en la otra orilla, justo allí donde él también.
Me ofreció su mano. La tomé.
Subimos una pequeña loma, rodeados de árboles altos y espesos. El aire era fresco, perfumado con tierra húmeda y plantas silvestres. A medida que avanzábamos, vi gente, hombres y mujeres de piel oscura, trabajando en silencio entre los árboles, cortando madera, apilando troncos. Nadie hablaba, pero todo parecía en calma, ellos también. Él me miró y dijo con voz cálida:
—Todo esto es mío. Ellos trabajan para mí. Y también será tuyo...
Y seguimos caminando hasta una casa grande de madera, como las cabañas de las películas Norteamericanas. Las tablas brillaban como si hubieran recibido barniz recientemente. No parecía una casa lujosa, pero tenía comodidades y una belleza antigua. Entramos, y él me llevó hasta la cocina. Me abrazó con ternura y repitió:
—Todo esto es tuyo. Todo lo que ves, es todo para ti.
Me sentía desconcertada, pues en el fondo recordaba que yo no tenía posesiones. Pero también emocionada y cautivada por aquel hombre que superaba en todo a cualquier galán de telenovela que alguna vez admiré.
Había algo en su voz, en su presencia, que me hacía sentir que ya nos conocíamos y era capaz de disipar cualquier temor; fue como si supiera que era el momento de retomar algo que, tal vez en otro tiempo, no pudo ser. Todo era tan perfecto, tan bonito, tan sereno, que yo realmente deseaba quedarme allí para siempre, junto a él... Pero... había llegado el momento de volver aquí".
Por la mañana, antes de que saliera el sol, Carla despertó con una sensación extraña de haber estado entre dos mundos, donde lo irreal parecía más verdadero que la vigilia.
Y aunque han pasado muchos años desde aquella entrañable experiencia, aún hoy, cuando cierra los ojos, puede sentir la frescura del agua del río, puede extrañar a ese hombre encantador que no existe aquí y hasta ver su reflejo esperándola en la orilla sobre su caballo, mientras se pregunta si realmente fue un sueño o habrá sido un recuerdo de otro tiempo, otra vida, una en la que ya vivió y amó del otro lado del río.
Hermoso...☺️🩵
ResponderEliminarSí...
EliminarHermosa historia, ☺️
ResponderEliminarGracias...
EliminarMe encantó está historia muy bonita, me recuerda las novelas que leía hace poco tiempo 🤗
ResponderEliminarEs todo tan extraño y tierno a la vez...
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