Divagando

Nada qué reponer. Qué bueno, porque el ascensor está en mantenimiento.

Me aburro, creo que he limpiado la cafetería entera... ¿Dónde está la gente? Estarán caminando, con el buen día que hace. Solo queda esperar, han pasado más de dos horas. "No te fijes en lo que falta, fíjate en lo que llevas recorrido", algo así eran las palabras de mi tía, hace años cuando estudiaba una carrera y quería graduarme rápido.

Quiero mi descanso, ya me correspondía. Quiero un millón de euros...

Esa es Firework, de Katy Perry, ¡la recuerdo! Era de Madagascar 3, la vi en el cine, fue tan emocionante aquel final feliz para los animales del circo. ¿Existen los finales felices?

Piensa, piensa, piensa... ¿cómo generar más dinero? No te haces rico trabajando ocho horas diarias, decía Napoleón Hill, el autor de Piense y Hágase Rico, ese libro que, al igual que otros tantos, no puse en práctica.

Aquí viene el periodista; cortado con leche fría. ¿Cuánto te apuestas a que pide eso? Todos beben siempre lo mismo.

Ahí van todos, la chica vestida de playa; la señora que cada día saca a pasear a su perrito a la misma hora; el chico skater con su patineta, y aquellos en bici; es como vivir en el paraiso, todo tranquilo, nunca pasa nada. Es el primer mundo; hasta que empiezo a recordar que pasan cosas que creías ver solo en el tercer mundo, y con la sonrisa de quien disfruta un espectáculo cómico, me traslado a mis orígenes sin mover ni un pie de esta tierra civilizada.

Por un lado, cada fin de semana, unos cuantos se emborrachan y empiezan una discusión por cualquier tontería, en plena calle y por la noche. Se dieron de hostias, dirían por aquí. Se entraron a coñazo, dirían por allá.

Otras, gritando a sus maridos a la salida de un bar de copas en horas de la madrugada.

Alguna más, ha encontrado a su marido con la otra en un restaurante, y luego de una larga discusión en la calle, marchan quizás a casa; ella caminando delante, con el rímel chorreado y el paso apurado, él detrás y cabizbajo, con cara de perro regañado. Yo sentada en la parada del autobús, intentando mirar disimuladamente, porque a mú no me gusta, pero sí que es verdad que me entretiene, le decía en mi mente: ¡bien hecho que te descubrieron, desgraciado!

Por otro lado, cada edificio tiene a la señora de planta baja, siempre en su ventana, a cualquier hora, cigarro en mano, viendo quién pasa, quién entra y quién sale, enteradas de todo lo que ocurre en el barrio. Eso también te lo tengo.

Casi me olvido de aquella vecina que tenía en su ventana un velón rojo encendido, ¡y conste que aquí no se va la luz!

Y así transcurre mi tarde, detrás de una barra solitaria, dejando divagar mi mente y observando todo cuanto pasa al frente, como la señora del bajo, porque al final, no somos tan diferentes unos a otros.



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