Cronología de una venganza. Parte V: Una tal "Pedro"

    Agosto 2017. En medio de las dificultades económicas que se vivía en el país para aquel momento y las escasas oportunidades para sostener una vida digna, en la casa de Emily y John estaba siendo sopesada la idea de viajar al extranjero para trabajar durante un tiempo. Él no parecía seguro de querer dar ese paso, pero Emily le convenció de que era la mejor opción para obtener los recursos suficientes para mejorar la casa e invertir en algún negocio productivo. Además, se suponía que solo serían unos meses... Tomada la decisión, empezarían a planificar el viaje para el año siguiente.



    Mientras tanto, aquel hogar parecía que estaba entrando en monotonía. Poco a poco Emily empezó a notar lo que para ella eran hechos curiosos, los cuales quizá no tenían relevancia, pero llamaban su atención inexplicablemente.

    Como un día que salió John por la mañana y volvió como a las tres horas. Apenas llegaba a la entrada de la casa y ella le recibía con normalidad, empezó a explicar dónde estaba y qué estaba haciendo sin que nadie le hubiera preguntado absolutamente nada. Que le estaba revisando el sistema de aires acondicionados a un tal Luis en una urbanización cercana en la que su teléfono móvil no tenía señal... Lo curioso es que hacía ya muchos años que John no trabajaba con estos aparatos, tampoco llevaba en el carro las herramientas para ello.

    Ante semejante justificación no solicitada, lo que ella sintió en ese momento lo describió como algo bastante raro, fue como un muro invisible que en menos de un segundo se construyó entre ella y las palabras que salían de la boca de él. Fue como si esas palabras no llegasen hasta ella, simplemente algo no le cuadró. Sin saber cómo ni por qué, ella no le creyó pero tampoco le dio mayor importancia al asunto.



    Paralelamente, el fuego se apagaba de a poco. El hombre que siempre tuvo la iniciativa y disposición de ir a la cama, al sofá o al mismo suelo si era necesario, ya casi no se acercaba. Entonces era ella quien tenía que acudir a él para ver si le apetecía calmar el hambre de aquel cuerpo, un cuerpo que atravesaba una desvalorización silenciosa por sentir que ya no gustaba, que no había quien lo escuchase, ni quien le diese un abrazo sincero y reconfortante.

    Dadas las circunstancias, el acto más placentero y poderoso que pueden llevar a cabo dos personas que se quieran, parecía haber quedado reducido al mero cumplimiento de un deber, una obligación o la prestación de un servicio social básico, sin el ingrediente extra de un beso o una caricia, y con los ojos cerrados todo el rato porque probablemente ya no era el rostro de ella el que quería  ver él; y terminada la tarea, todos a dormir dándo la espalda.



    Aquellas salidas de varias horas, esas explicaciones tan largas que nadie pidió, ese lenguage corporal que no iba al compás con sus explicaciones, esos gestos esquivos que indicaban que ya no había atracción, aquel teléfono celular que en algún momento le quitaron el sonido y de repente pasó a permanecer en silencio; esos y otros tantos detalles los observó Emily día a día, haciendo un esfuerzo por evitar recrear películas en su mente, o buscando para sí misma alguna justificación que validase la actitud de John, porque a veces simplemente la gente no quiere ver lo evidente.

    Febrero de 2018. Transcurridos algunos meses en la misma situación, inevitablemente ella cayó en lo que parece ser una adicción para muchas mujeres, revisar el teléfono de su marido, y como reza el dicho en la cultura popular, "el que busca, encuentra".

    Pero lo que ella encontró fue lo que esperaba encontrar, chats comunes y recientes con familiares y amigos. Allí estaba el pequeño detalle, ese hilo del que tirar: todos los chats eran recientes, así que no acumulaba mensajes antiguos, lo cual podía ser un indicio de que se mantenía borrando evidencias. Y para casi cualquier mujer, un historial de llamadas y mensajes limpio o casi vacío, lo vuelve todo más sospechoso aún.

    Así que Emily fue más allá. En lugar de volver a revisar un aparato del que no iba a sacar ninguna prueba, procedió a registrarse e iniciar sesión en la página del proveedor de la línea móvil de John, y así fue como obtuvo el verdadero y completo historial de llamadas y mensajes entrantes y salientes de ese número de teléfono con fechas, horarios, duración y números de teléfonos.



    Entre tantos datos que probablemente habrían arrojado más verdades de las que ella supo, había un número de teléfono que era el que más se repetía en aquel historial, era un contacto con el que John mantenía una comunicación escrita frecuente, casi diaria, desde varios meses atrás.

    Emily anotó todo lo que pudo. Pero tuvo que contener ese sube-y-baja en el pecho hasta que pudiera tener acceso al teléfono de John para comprobar el nombre del contacto. Pero el momento no se daba y ella no podía más con esa incomodidad en el pecho, así que un día a eso de las dos de la tarde decidió enfrentar la situación y le pidió a John que se sentase porque necesitaba hablar con él.

  "Quiero que marques este número de teléfono en tu celular", le ordenó ella calmadamente. Él se mostró tan tranquilo como quien tiene una coartada tan buena que no tiene nada qué temer. Apenas lo marcó y pulsó la tecla de llamar, mostró a ella la pantalla y aparecía un tal "Pedro Bomba", enseguida él colgó.

    Inmediatamente ella reaccionó indignada de que él la haya subestimado otra vez. "¡¿Tú me has visto a mí la cara de estúpida? ¿Tú te crees que yo no se que esa es una mujer? ¿De verdad pensaste que por ponerle nombre de hombre no me iba a dar cuenta? Quisiste hacerme pasar por estúpida pero eres más imbécil de lo que yo creía!"

    Emily hubiera preferido ver en esa pantalla el nombre de una mujer, porque para ella, el hecho de que él la creyese tan estúpida como para ser incapaz de descubrir algo así solo por cambiar el nombre a un contacto del celular, era un insulto a la astucia femenina, era mucho más humillante que el propio hecho de que el marido se haya acostado con otra mujer.



    Ella sabía quién era el verdadero Pedro, el señor de la bomba, una de las gasolineras del pueblo. Y sabía perfectamente que no era con el señor Pedro con quien John se estuvo escribiendo durante un tiempo, como el 31 de diciembre de 2017 cuando pasó el fin de año en casa de su madre, o el 14 de febrero de 2018 cuando las llevó a ellas, mujer e hija, y a sus suegros a pasar el día en una casa con piscina ubicada en una urbanización cercana, la cual cuidaba un conocido de él, misma casa en la que ella tuvo la leve impresión de que no era la primera vez que él estaba allí.

    Aquella tarde Emily, desesperada, le hacía demasiadas preguntas, no con un nudo sino con una piedra en la garganta. Al contrario de otras veces en que discutían, esa vez John mantuvo la calma, seguía sentado en el sofá, como paralizado, no decía ni mu, hasta que le preguntó a ella cómo lo supo, como si eso importase. Entonces soltó una frase que Emily inmortalizó en su memoria: "ella no es nadie y no significa nada".

    "¿¡Y ya con eso yo tengo que quedarme tranquila? ¿No es nadie y no significa nada pero has dejado de prestarme atención a mi por ella?!" Emily necesitaba desesperadamente saber quién era ella, dónde vivía, cómo la conoció, si ella también la conocía. Pero él nunca le respondió. No era nadie y no significaba nada, pero la protegió siempre, no revelando nada sobre ella. Solo prometió no volver a escribirle, pero Emily no esperaba que él cumpliese tal promesa, sabía que no lo haría.




   Los días siguieron su curso y ella vivía con un hueco en el pecho, como si ya no tuviera espíritu al andar. Se le hacía difícil ver que John no mostrase ni una pizca de arrepentimiento por lo ocurrido, ni siquiera fingido; como si no sintiese culpa ni pesar por el dolor de alguien que convivía con él. De cierto modo, puede que haya sido mejor así, total, ¿para qué pedir perdón por algo que probablemente volvería a hacer?






Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares