El Viaje del Alma Perdida

Me desperté una mañana desorientada y alterada después de mi salida forzosa de la cálida y cómoda cabina donde viví durante un tiempo. No quería abandonar aquel lugar tan calentito y seguro, pero sus propias paredes empezaron a contraerse expulsándome hacia fuera con esfuerzo.

Al principio pensé que era el fin y me asusté mucho, pero luego caí en cuenta que solo era la hora de empezar el mismo ciclo otra vez, por enésima vez.

Finalmente estaba afuera; ya conocía el proceso...

Aún no podía abrir los ojos ni hablar, pero oía voces que me hablaban con ternura, me cuidaban y me alimentaban.

Al principio tuve que dormir muchas horas, era necesario mientras me adaptaba a esta nueva dimensión, así que, aunque ya pertenecía a este lado, prácticamente pasaba más tiempo allá que aquí.

Pero en una de esas placenteras siestas una voz conocida me susurró que debía comenzar mi trayecto cuanto antes, porque mi estancia -como siempre- era temporal.

Era una pena, con lo bien que se estaba en esa etapa, recibiendo atención y cuidados sin esfuerzo ni preocupación.

Entonces me apresuré y eché a correr para incorporarme en la estructura que me fue asignada, el único medio que tenía para moverme por estos lados. Cuerpo, lo llamaban.




Desperté exaltada, alguien me daba palmaditas en la espalda para calmarme. Para entonces ya sabía pronunciar algunas palabras, enseguida aprendí a caminar y poco después fui enviada a un lugar donde había muchos otros seres similares a mí, agrupados por edad en distintas habitaciones.

Eran recluidos allí diariamente durante varias horas, con el supuesto propósito de educarlos, y la promesa de que, si completaban el proceso entero, un día serían grandes y tendrían una vida exitosa... 

Fue una grata experiencia, aunque no a todos los participantes les pareció así.

El día que terminé el ciclo completo volví a dormir profundo, como hace años no lo hacía. Para entonces ya sabía que dormir era la única forma de volver a mi lugar de origen y además reponer las fuerzas que me consumía la dinámica de vivir por estos lados.

-Debo irme, no sé cuánto tiempo me queda -le dije a La Voz que me guiaba desde siempre. 

Ella sonrió y señaló un reloj de arena que apenas había descendido desde que me fui, y con los ojos exaltados y la boca entreabierta respondí:  

-Pero ¿cómo? ¡Pasé mucho tiempo allá y el reloj aquí apenas avanzó! 

-Cada día de allá, es una hora de aquí... -contestó La Voz.

Ese y otros detalles del trayecto en esta dimensión ya los conocía, pero fueron borrados de mi memoria cuando volví a empezar. Siempre era parte indispensable del procedimiento.

Corrí otra vez hacia mi cuerpo.

Desperté en un lugar tan alto como una torre, con muchos niveles de suelo y en cada uno decenas de cubículos en los que había mesas llenas de hojas de papel y aparatos multifuncionales. Oficinas, las llamaban.

La mayoría de quienes estaban allí eran los mismos con los que estuve recluida en aquel lugar donde nos educaron para ser grandes y exitosos; grandes sí que estábamos, lo demás, no lo tengo tan claro...

Como si el tiempo se hubiese detenido, en un instante pude ver el recorrido de todos ellos frente a mis ojos. Desde que lograron entrar en esos cubículos comenzaron con entusiasmo. De pequeños les prometieron que ese lugar les aportaría seguridad, estabilidad y la vida que siempre soñaron. Pero pronto la ilusión se empezó a desmoronar.

Debían pasar muchas horas allí y cumplir ciertas tareas a cambio de una cantidad de material que podían usar para adquirir la vida que querían: dinero. Pero esa cantidad nunca era suficiente y esa vida nunca llegaba.

No podían abandonar definitivamente su cubículo porque entonces no podrían obtener dinero e intercambiarlo por alimentos. Así que estaban atrapados en una trampa diseñada perfectamente para que no pudiesen escapar, ni sobrevivir si lo lograban.

Así conocí a Los Empleados.

Al principio siempre comenzaban con ideas nuevas para aportar, energía y ganas de ejecutar las tareas correctamente como se lo habían enseñado; pero una vez allí, se daban cuenta de que sus superiores no querían sus ideas, preferían seguir haciendo todo a su manera, como lo habían hecho toda la vida; y que las tareas no siempre se ejecutaban dentro de lo correcto, justo o legal.

A menudo se esperaba que pasaran más tiempo del pactado en la torre, sin recibir nada a cambio. Ese desequilibrio entre el dar y el recibir, hizo emerger una fuerza desagradable: la decepción.

Entre la decepción y la necesidad, los empleados poco a poco se resignaron a que, básicamente, su deber era callar y obedecer, y que nunca tendrían la razón, aunque así fuera.

Así, sin darse cuenta, inevitablemente se fueron apagando lentamente unos motores que llevaban en su cuerpo, a los que solían llamar creatividad y motivación.

Desde entonces, acudían diariamente a ese lugar con la esperanza de cumplir lo que para algunos era una condena, para que, algún día, quizás antes de morir, puedan ser libres y recibir ese material de cambio, desde sus casas, en la vejez, cuando ya no tengan fuerzas para vivir, tal vez ni ganas.

***

En un milisegundo vi toda esa revelación frente a mi e inmediatamente quise huir, pero La Voz me recordó que no podía escapar, que estaba allí para encarnar aquella experiencia.

Tuve que ser uno de ellos durante muchos años, autoengañándome, fingiendo para mí misma que podía adaptarme al sistema, o que no me daba cuenta de la dinámica en que estábamos atrapados; a menudo preguntándome cómo salir de allí, y otras veces osando intentarlo.

Solo unos pocos lo lograban, pero nadie tenía muy claro cómo. Algunos lo atribuían a la buena suerte, otros hablaban del trabajo duro, la constancia y la disciplina; otros, que dependía de la inteligencia y las buenas calificaciones; unos opinaban que se trataba de tener los contactos adecuados y otros, de haber nacido con suficientes recursos que te aventajaban.

Así pasé de una torre a otra durante años buscando no sé qué, mientras otros eran capaces de permanecer más de veinte años acudiendo a la misma, yo siempre necesitaba irme y empezar de nuevo.

Esa inestabilidad y falta de rumbo definido me mantuvo persiguiendo una plenitud que nunca llegaba.

Me sumergí tanto en la aparente realidad de esta dimensión que poco a poco perdí la conexión con La Voz, entonces ya no la escuchaba, ya no me guiaba, ni en sueños me hablaba. Di por hecho que se había olvidado de mí y que me había abandonado a mi suerte, en este lado tan difícil en el que no terminaba nunca de encajar.

Y en las noches, cuando llegaba el silencio me repetía que todo era temporal, que pronto acabaría, entonces cerraba los ojos y antes de quedarme dormida fijaba en mi mente la intención de escuchar a La Voz, incluso volver por un rato a aquel lugar del que yo provenía, al menos en sueños.

Pero fue en vano.

En mis sueños solo veía inundaciones a mi alrededor; soldados armados y gente corriendo; alguien que me disparó de frente en una calle conocida, de noche; una manada de caballos corriendo por una carretera de tierra; personas muertas que decían ser mi familia; una gallina gigante en mi habitación que me daba miedo; la escena de un crimen; un buen hombre alto que me sonreía con cariño y, finalmente, la cara de quien sería mi padre en esta dimensión, recibiéndome con un tazón de comida cuando yo llegaba a casa –que parecía más un vagón- después de correr muchos kilómetros al lado de las vías de un tren.

***

De este último sueño, desperté esperanzada. Fue como si realmente hubiera llegado a casa después del caos...

Al abrir los ojos, lista para levantarme y acudir a la torre para continuar participando en una dinámica en la que no creía, resulta que no estaba en mi espacio conocido.

Había despertado en lo alto de un mirador cubierto con un césped muy verde desde el cual podía ver toda esa aglomeración de torres y humanos entre los que yo hacía vida, la ciudad...

Entonces volvió La Voz.

Y algo en mi pecho saltó de la alegría y recordé la sensación que experimentaba durante la primera etapa de mi estancia aquí, cuando había unos seres a mi alrededor dándome cuidados, mimos y protección.

No reproché su ausencia, no había cosa que deseara más que saber que seguía allí para decirme qué hacer.

- ¿Por qué no podía oírte? -pregunté.

- Porque te metiste de lleno en esta dimensión, cortando tu conexión con el otro lado. Siempre he estado contigo, en ti...

La Voz me recordó una de tantas cosas que había olvidado, que nada de lo que veía aquí era real, tan solo una experiencia que yo había elegido encarnar, y que debía continuar con el viaje.

Corrí de nuevo por el mirador hacia abajo, buscando mi cuerpo.

Entonces volví a esta dimensión, pero el tiempo había avanzado notablemente. Mi cuerpo ya había cambiado, de él salieron otros seres y de ellos otros más.

Las torres ya no estaban, una fuerza superior dirigía a través de redes intangibles, millones de cuerpos mecánicos sin alma, que ejecutaban los trabajos de los antiguos Empleados, figura que ya no existía, pues los nuevos individuos se dedicaban plenamente a las labores que su propia alma elegía.

Muchos de aquellos con los que tuve un lazo de conexión, ya habían terminado su viaje antes de mí, sin embargo, podía visitarlos cuando me quedaba dormida, así como a La Voz.

Yo dejé de buscar. Me había encontrado.

Tenía la plenitud y la certeza de que siempre todo iría bien. Sabía que cuando mi viaje acabara, volvería a mi lugar de origen y luego emprendería uno nuevo, atravesando una vez más el velo del olvido.

Pero mi alma siempre lo recordará todo, reconocerá en nuevos rostros a los que estuvieron conmigo en viajes anteriores y, si mantengo la conexión con La Voz, sabré lo que he venido a hacer aquí.

Sé que, de algún modo, esta historia siempre continuará.

 



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