El Polvo, El Suelo y Los Cristales. Parte 3/4: La Viuda Millonaria
Una semana más, o tal vez una menos; ahí estaba yo de nuevo, lista para empezar a limpiar el apartamento de Blanca. Mientras me ocupaba de los quehaceres, ella solía acomodarse en su sillón, observando, dando indicaciones y fumando sin descanso. Yo intentaba hacerme la desentendida y enfocarme en mis tareas, pero no podía evitar sentir que había algo misterioso en ella, incluso un poco extraño. Sin embargo, ¿cómo definir la rareza de alguien sin terminar por admitir que, quizás, yo también soy rara a los ojos de otros?
El punto es que su misterio comenzó a captar aún más mi atención cuando me tocó desempolvar los libros. Al sacarlos de su lugar, me deleité descubriendo una variedad de títulos que me resultaban fascinantes: acerca de magia ancestral, esoterismo, significado de los sueños, sexualidad sagrada, geometría sagrada, numerología, la vida después de la muerte, medicina natural… además de otros textos más conocidos de la cultura general.
Al notar mi interés por ellos, Blanca se ofreció a prestarme alguno. Aunque me entusiasmó mucho la idea, le respondí que prefería no llevármelos, ya que sabía que no tendría el tiempo necesario para leerlos con la atención y dedicación que merece un libro interesante.
Seguí con mi tarea. Ambas éramos de pocas palabras, por lo que los silencios en aquel apartamento tendían a prolongarse; ella rara vez encendía la radio o la televisión. Nos sentíamos cómodas así, aunque debo confesar que habría trabajado más a gusto con un poco de musica de fondo. De pronto, una notificación de su celular quebró la quietud del ambiente y, enseguida, ella me pidió con mucho afán que le alcanzara el aparato.
Era un mensaje que aguardaba con ansia de un amigo que vivía en el extranjero. Como ya había ganado algo de su confianza, me contó que, en realidad, él la estaba cortejando y le había prometido viajar para conocerla en persona, aunque aún no se daban las circunstancias adecuadas para que él emprendiera el viaje hasta aquí.
Le pregunté si ya lo había visto por videollamada, pero me explicó que él solo se comunicaba mediante mensajes. Le sugerí que tuviera precaución con las personas que conoce por internet, pero ella, con un tono firme que rozaba el ‘no-te-metas-en-mi-vida’, me cortó diciendo que no me preocupara tanto, que sabía cuidarse y que además, tenía derecho a volver a disfrutar de la vida. Aquello me resultó un poco raro, pero el tema quedó allí.
Durante semanas seguí acudiendo a la casa de Blanca con la misma rutina. Mientras limpiaba, me daba cuenta cómo ella aguardaba ansiosa la hora exacta en que su misterioso amigo le enviaría un mensaje de texto. Incluso, la escuchaba hablar por teléfono durante largos ratos con chicas que pertenecían a algún gabinete de tarotistas, a quienes preguntaba si su amigo planeaba venir a visitarla algún día, o si acaso tenía pareja en el lugar donde estaba.
Entretanto, yo seguía con mi labor cada quince días. Una vez saqué del armario de su habitación un sinfín de bolsas, cofres y cajitas de cartón y madera, todos repletos de bisutería china barata, aún en sus empaques originales sin abrir. Había pendientes, pulseras, diademas, lazos, collares, accesorios de todo tipo… Era evidente su impulso por comprar y acumular pequeñas cosas que, seguramente, nunca usaría y que probablemente ni siquiera recordaba que tenía.
A continuación, abrí un cajón repleto de medicinas que vacié con cuidado para limpiarlo. Entre tantos envases y cajitas, descubrí un pequeño frasco de vidrio oscuro que podría haber pasado desapercibido a mi vista si no fuera por el símbolo de una calavera que llevaba en un costado. Intenté descifrar algo en la etiqueta, pero estaba tan rasgada y desgastada que resultaba ilegible.
Aunque rara vez Blanca se levantaba de su sillón hasta que me tocaba fregar el suelo en esa zona, de repente apareció a mi lado sin que me diera cuenta. Con un tono de seriedad en el rostro, me indicó que no era necesario limpiar ese cajón, que lo dejara tal como estaba. Así que, rápidamente recogí todos los medicamentos y, disimulando como si nada, volví a colocar el cajón en su sitio.
Aquella tarde intenté concluir mi jornada aparentando una normalidad que no sentía; el pequeño frasco oscuro y la actitud de Blanca me habían dejado intrigada y ligeramente nerviosa. Por si fuera poco, llegó a mi mente un tema de Santiago Rojas, La viuda millonaria, esa parte cuando la joven vió el estuche de veneno; y, aunque siempre se me hizo muy graciosa la canción, ¡para entonces yo no sabía si reírme o echar a correr!
Caramba, sí, 🤔 continuará pero que sea pronto 😁
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