Cronología de una venganza. Parte VII: Lóbrega ausencia

Junio, 2018. Tras la partida de su padre, la pequeña hija de John y Emily atravesaba la terrible etapa de los dos años, con episodios frecuentes de rebeldía, en los que la madre hacía un enorme esfuerzo por mantener la cordura. Aún salía corriendo hasta la puerta principal de su casa cada vez que escuchaba el ruido de una moto o de un carro; mirando hacia uno y otro lado, esperando ver llegar a su padre, para luego darse cuenta de que nunca llegaba nadie.


    A menudo, John llamaba a casa pero la niña no quería hablarle, a su corta edad no podía entender cómo, de un día para otro, su padre ya no estaba en casa, reaccionaba molesta y le ignoraba; así permaneció los siguientes tres meses.

Julio, 2018. La mañana del quince de julio Emily salió hasta el garaje para toparse con la indignante sorpresa de que le habían robado las ruedas de su carro durante la madrugada. No fue esa la primera vez que fueron víctimas de la delincuencia que se encontraba en pleno auge, pero no había mucho qué hacer, más allá de poner una denuncia que no le serviría para nada, llorar la impotencia y seguir viviendo.

Agosto, 2018. A causa de la monstruosa devaluación anunciada en el país ese mes, para Emily sería cada vez más difícil mantener a flote el pequeño negocio que John había dejado para sostenerse. Empezaba a ser duro sobrellevar la vida estando sola en aquellas circunstancias de inseguridad e inestabilidad económica.

    Con el pasar de los meses aquel pesado resentimiento que ella albergaba hacia John empezó a mezclarse con la nostalgia y a perder fuerza cada vez que ella le extrañaba. Realmente echaba en falta la presencia de aquel hombre serio de fuerte temperamento, el mismo que varias veces gritó cosas hirientes que nunca debió decir; ese que aportaba una figura de protección en aquella casa, ese que sabía instalar y arreglar todo tipo de aparatos, y hasta jugar y cantar con su hija.

    Como si la profunda crisis económica y social del momento no eran suficiente, para Emily el entorno cercano se estaba volviendo hostil. Niños vecinos que tiraban piedras al techo de su casa. El robo de un cachorro que les habían regalado. La extraña muerte de su gato encontrado debajo del capó de su carro. Serpientes que entraban o se acercaban a la puerta de la casa; un lagarto grande que apareció muerto una mañana en el patio trasero; vecinas problemáticas que urdieron intrigas en su contra; pesadillas durante las noches; su hija de dos años con rabietas que, lejos de parecer normales, asemejaban a una niña poseída.



    Sin darse cuenta, aquellos hechos curiosos, indignantes y hasta escalofriantes estaban desestabilizando su lado emocional y mental, pero algunas cosas nunca se las contó a John para no preocuparlo.

Noviembre, 2018. En medio de su paranoia, se acercó a ella alguien que en un principio parecía una luz en la oscuridad, una mano amiga. Era Bruno, un vecino colaborador en el cual Emily empezó a confiar de a poco con el pasar de los días. Sabiendo las vicisitudes por las que ella pasaba, él le ofreció ayuda haciendo uso de sus facultades religiosas, así que una tarde le hizo una lectura de caracoles.

    Envidias, maldades, amarres e infidelidades... Para ella no había ninguna novedad en lo que Bruno estaba "viendo" a través de sus caracoles. Sin embargo, sí que logró remover los viejos recuerdos y avivar el resentimiento en contra de John.


    Entre rituales de prosperidad y trabajos de limpieza; generosidad, favores y disposición; conversaciones en las que por fin ella se sentía escuchada; fue la manera en que Bruno, sabiendo más por viejo que por brujo, una noche consiguió que Emily se dejara caer en las redes del supuesto amor que él aseguraba que había empezado a sentir por ella; unas redes de las que más adelante a ella le costaría escabullirse...

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