El Polvo, El Suelo y Los Cristales. Parte 1/4: Dinero Fácil
Él ya trabajaba en aquella casa, iba unas cuantas horas diarias para ayudar a la dueña de la casa a levantar y asear a su marido enfermo quien se encontraba postrado en una cama; también solía hacer compras y recados para ella.
El día acordado me presenté en aquel apartamento, ubicado en la tercera planta de un edificio que se notaba antiguo y silencioso, puede que hasta discriminado por los rayos del sol, y allí conocí a Doña Blanca, quien con gentileza me presentó a su marido Don Javier, sin embargo, el pobre a duras penas podía saludar desde su cama.
Apenas había ido un par de semanas cuando, una tarde mi hermano me dió la noticia de que Don Javier, el marido de Doña Blanca, había sido llevado de urgencia al hospital pues su estado había empeorado. Resultó que un par de días más tarde falleció.
Como uno tiene la mala costumbre de vivir haciendo suposiciones, casi daba por hecho que la doña ya no me necesitaría para limpiar, pues seguramente después de la muerte de su marido, siendo jubilada y aparentemente válida y sana, tendría todo el tiempo libre del mundo para hacer sus cosas por sí misma. Afortunadamente para esos días me acababan de contratar en un restaurante como empleada fija a jornada completa.
Sin embargo, fue entonces cuando más trabajo me ofreció, ya que se propuso sacar cachivaches de los armarios y hacer limpieza general. No tenía problema alguno en continuar con ella, podía ir en mis horas libres y seguir recibiendo aquel dinerito extra que complementaría mi salario.
La primera vez que fui a limpiar después de la muerte del señor, yo iba dispuesta a darle mi sentido pésame, sabiendo que no soy muy buena para expresar condolencias ni sentimientos en general; no me imaginaba cómo se estaría sintiendo, fueron más de cuarenta años de matrimonio y pudieron haber sido muchos más si tenía en cuenta que Javier murió con tan solo sesenta años, para lo cual era relativamente joven en una sociedad donde las personas de ochenta años van por ahí tranquilas como si nada, salen cada día a comprar el pan y el periódico, o van al parque a tomar el sol, cuando lo hay.
Pero mis expectativas de consolación se diluyeron en el aire cuando me abrió la puerta una Doña Blanca completamente serena, sonriente y enérgica, como quien se había quitado un gran peso de encima. Aún así, por cortesía le trasladé resumidamente mis condolencias, a lo que ella respondió con mucha naturalidad: "Es ley de vida, qué le vamos a hacer. Pues mira hoy vamos a limpiar el polvo, el suelo y los cristales"...
Acabé la jornada por esa vez, recogí de la mesa mi pago en dos billetes y me despedí de Doña Blanca hasta la próxima ocasión, con una sensación de soledad que no me pertenecía.
El dolor y el luto se lleva por dentro así lo hacemos muchas personas nos aislamos y nos desahogamos solos,no es fácil que te lo digo yo llevo dos lutos el de mi papá que nunca pasa siempre lo recuerdo y el de mí hermana menor que yo, que apenas tiene una semana de haber fallecido.
ResponderEliminarTe abrazo fuerte!
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